miércoles, 29 de diciembre de 2010

A tu memoria...




Contaba Papá Abraham, mi abuelo, que un seis de enero los reyes le trajeron una muñeca, la más hermosa que el había visto en todo el mundo, con la cual decidió formar un hogar.

Ese hogar se vio lleno de niños, 11 para ser exactos, los cuales crecieron, muchos de ellos llenaron la casa con más niños, y con ellos ruido, risa, alegrías, enojos, y mucha mucha vida.

Mamá Félix, mi abuela, siempre estaba activa, con un ojo en la comida y otro en los nietos que la rodeaban y que a veces escapaban traviesos a la huerta. Atendiendo siempre a la familia, cantando canciones mientras realizaba el quehacer, y hasta sacando una pala enorme, de esas que son útiles para el mole de olla, para espantar a los nietos y ponerlos en paz.

La recuerdo en mi infancia, con su eterno mandil sobre su vestido, jalando un carrito hacia el mercado para traer cantidades enormes de verduras, carne, frutas y todo lo necesario para alimentar a su gran familia. La recuerdo frente a la estufa, con las ollas de sopa y frijoles hirviendo mientras ella preparaba unas sabrosas tortillas a mano para acompañar la comida. Siempre con dos platillos diferentes, pollo y cerdo, o pollo y res, "para el que no le guste uno, agarre del otro". La recuerdo saliendo al patio en las noches de otoño para disfrutar el olor y la belleza de las reinas de la noche que floreaban por toda la casa.

Recuerdo una vez que, saltando la tradición del mole para los cumpleaños, me cumplió mi capricho y me hizo una mojarra, la más grande del mundo, al menos a la vista de un niño de 10 años recién cumplidos.

Siempre activa, despierta hasta noche, trabajando por la familia con dedicación y amor.

Hace un poco más de diez años, una sombra empezó a jugar con su memoria. Comenzaba por perderse, por "nortearse", perder el dinero del mandado diario, por despertarse a media noche y salir hacia la cocina, "no vaya a ser que se haya quedado algo en la lumbre". Una sombra con un nombre extraño y ajeno a la familia. Un nombre alemán, para ser más exacto.

Poco a poco esa fuente de energía se fue apagando. La cocina fue quedando vacía de su presencia, con algunos de sus hijos tomando el mando. Los mandados del mercado los realizaba entonces mi abuelo, cada sábado en Jonacatepec, para que su viejita no tuviera que andar cargando ni lidiando con nortearse u olvidar el cambio.

Y la familia, impotente, desesperada al no saber a ciencia cierta lo que pasaba, llamó un día al doctor, el cual anunció el triste resultado. No eran achaques de la edad, era alzheimer lo que había en ella. Una enfermedad que se la fue llevando.

Y así, poco a poco, nuestros nombres se le iban de los labios. "No te conozco, pero sé que eres de la familia", decía con una mirada llena de ternura y serenidad. Cuando se le recordaba la cantidad de hijos que tenía, ella decía: "Nooo, si yo soy señorita" con una cara de preocupación e incertidumbre.

Esa muñeca activa se convirtió en una niña pequeña. La familia la atendía de la mejor forma posible, aún con todas las frustraciones y desesperación que no ella, sino la enfermedad, causaba. Una niña que fue bien mimada, querida y sobretodo, amada.

Seis años atrás, la señora muerte vino de visita a la casa, tomando de la mano a mi abuelo para llevarlo de paseo a un nuevo lugar. Así, de sorpresa, de imprevisto, con alto impacto y sufrimiento, se llevó una parte importante de nuestras vidas y nos dejó un hueco enorme. Mi viejita, esa mañana, durmió más allá del medio día. La familia decidió no informarle de la noticia, después de tantos años, esa pareja se había vuelto uno, y teníamos miedo de que al enterarse, ella quisiera alcanzarlo en ese lugar donde el se encontraba.

Llegaron las flores, muchísmas, de todos colores. Las coronas se quedaron en la entrada. Mi viejita hermosa, sin comprender lo que realmente pasaba, se quedaba maravillada por tantos colores y aromas. "Ay, Jesús!, ¡Mira que bonitas!" exclamaba con cada arreglo que entraba a la casa. "¿Son para el Profe -mi abuelo-? ¡Mira cuanto lo quieren!" y con una sonrisa recibía a cada persona que pasaba.

La tarde siguiente, cuando regresabamos de dar el último adiós a mi abuelo, al llegar a casa encontramos a mi abuela llorando... "no sé por qué, pero el agua se me sale de los ojos" decía, tranquila, mientras sus ojitos se bañaban en llanto.

Con el paso de los días, su memoria fue empeorando. No recordaba casi a nadie, sólamente a mi abuelo, sus poesías y sus canciones, las cuales siempre cantaba mientras pelaba el café o limpiaba el frijol. Siempre preguntando si ya le habían llevado su comida al profe a su oficina, su ermita, si le habían llevado café con pan, y preguntando por qué no podía dormir en el mismo cuarto que el. Nosotros, con mentiras blancas, inventabamos gripes y resfriados y miedo de mi abuelo a contagiarla y hacerla pasar un mal rato.

Al principio, mi abuela caminaba con paso lento, despacio... los últimos meses le era más díficil incluso mantenerse de pie. Así que se la pasaba sentada, con sus hijos o nietos a su lado. Y se volvió nuestra bebé, nuestra muñeca que había dejado Papá Abraham a nuestro encargo. A veces necia para comer, mientras se le ideaban mil y un formas para que abriera su boquita y aceptara el bocado. Los domingos, del mercado, traía yo tamales de dulce, de esos rosas, y cuando los demás trataban de dárselo, cerraba la boca para no dejarlo pasar. "no tengo hambre, ya he desayunado, estoy bien llena... mira!" decía mientras se sobaba su vientre para demostrar así que estaba satisfecha. Sólo recibía esos tamales cuando eran de mi mano.

Los demás la peinaban, pintaban las uñas, la cuidaban con cariño de esos que no se pueden medir. Nuestra muñeca debía estar hermosa, preciosa... Aún cuando no reconociera nuestros nombres, su corazón enorme seguía recordando.

Mi muñequita se enfermo hace unas semanas, sus ojitos se fueron apagando... ya no aceptaba tanta comida, quería estar dormida a cada rato... teníamos miedo de lo que pasara, a pesar de que nos había acompañado en esta vida un gran rato, con más de 95 años, esa muñeca de porcelana, se nos estaba marchando.

El miércoles pasado no soñaba nada, pero quería seguir soñando. La voz de mamá sonó por mi ventana, con un grito ahogado. Me desperté de un salto, enorme, vi a mi hermana llegar a la casa con ojos llorosos, tristes, desorientados. Mi corazón dio un gran vuelco... sabía la noticia, y no quería aceptarlo.

Llegué a la cama de mi viejita, su frente estaba calientita, parecía que estaba soñando. Le hablé al oído y me despedí de ella, le dije que la amaba y le di las gracias. Hubiera querido que abriera los ojos, me hubiera gustado que me mirara por un sólo instante... Pero Mamá Félix ya se había marchado.

Pensé en mi abuelo, y en ella a su lado, después de seis años estaban reunidos, ladito a ladito, como siempre habían estado. Nos la había prestado un ratito, para que la cuidaramos por él, pero la señora muerte, al verlo tan solito, decidió adelantarle la navidad y darle su regalo, aquella muñeca cantadora y vivaracha, con un alma blanca, corazón enorme, y sobretodo, bien amada... estaba finalmente a su lado.

Aquí nos quedamos nosotros, con un hueco más grande, extrañándola horrores pero sabiendo que está con el que tanto amaba, al que siempre recordaba... y que desde allá, donde estén, nos cuidan y nos miran, orgullosos de esa gran familia que ambos procrearon.

Te amamos preciosa, "Felipa", gracias por estos años.

A tu memoria.

Tu nieto que te ama.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Y las palabras llegaron...

Te quiero...
También te quiero...
Las palabras resonaron entre la oscuridad del cuarto pintado de azul.
Tu cabeza en mi regazo, mi mano en tu cabello.
Nuestros cuerpos relajandose, después de lo que pensé fue sólo un arrebato de pasión.
Te quiero,...
También te quiero...
Esas palabras que había dejado de esperar, llegaron de imprevisto.
Me dejaron pasmado, y en cierto punto aterrado...
Hoy, las he asimilado y finalmente comprendido...
Te quiero,...
También te quiero...
Y en estos momentos no importa ni el presente ni el futuro.
Sólo el sentimiento...
Solo el sentimiento.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Sorpresas.

Estoy cayendo, así muy dentro...
Te estoy pensando, no sé que siento
Sin prisas, me maravillo ante la persona que sois.
Tus besos los llevo conmigo, tus sonrisas y ese lado tierno.
Ven, te lo prometo, no muerdo,
Ven, que muero por verte de nuevo.