martes, 16 de diciembre de 2008

La ciudad donde no había alguien (II)

.II.

Fernando siempre dijo que jamás se dejaría pisar por nadie. Hasta ese día.

Durante toda su vida siempre trató de sobresalir entre toda la gente. No por ego, sino porque la misma vida se lo exigía. Prefería luchar por lo que quería porque así podía disfrutar más todo lo que alcanzaba. Siempre atrajo el éxito ante él. Aunque no fue tan fácil, hubo mucho sacrificio y dolor. Sin embargo, jamás se dejo vencer.

Finalmente, su vida estaba estable. Tenía prácticamente todo lo que quería. Un trabajo remunerable que le permitía seguir con su preparación académica, y una relación estable con Leonardo, aquel chico extranjero al cual conquistó justo antes de que partiera nuevamente a su hogar.

Leonardo se encontraba ahora en la ciudad. Había tomado unos meses de descanso para poder estar con Fernando ya que era muy poco el tiempo que compartían. Además, Fernando casi siempre se encontraba absorbido por el trabajo, aunque siempre que podía salían a comer juntos o a tomar un trago en algún bar.

Fernando era feliz. Se encontraba satisfecho. Había llegado a un punto donde no podía pedir más.

Ese día, decidió salir temprano del trabajo. Se cumplían 2 años de la primera vez que había encontrado a Leonardo, por lo que quiso darle una sorpresa, dejar el trabajo un rato y dedicarse solo a él. Le llamó a su teléfono celular, pero no contestó. “Probablemente está dormido”, pensó sin dudar.

Llegó a casa sin hacer mucho ruido, no quería despertarlo y arruinar la sorpresa. Entro en silencio al departamento y escuchó algunos ruidos en la cocina. “Se acaba de despertar”, pensó decepcionado. Camino lentamente hacia la cocina para sorprenderlo… y ahí estaba él…

…junto con otro chico, besándose mientras la puerta del refrigerador permanecía abierta.

El rostro de Fernando estaba desencajado. La sangre subió rápidamente a su cerebro como si de un torbellino se tratara y de pronto no fue él mismo. Leonardo, mientras tanto, trataba de excusar lo que era obvio mientras su amante se encontraba entre ellos.

Mucho ruido, vasos rotos. El rostro del amante sangrando mientras era golpeado por doquier a manos de Fernando. Leonardo trataba de quitárselo de encima pero la fuerza de Fernando lo impedía. Como pudo, el otro chico salió corriendo del lugar mientras la pareja se miraba. Uno con rabia y el otro con miedo.

Para Fernando, el amor había terminado, no había más que rencor y desesperación. Tenía ganas de gritar y seguir su instinto brutal que le pedía vengarse de aquel que lo había engañado.

Sin embargo, no lo hizo. Solo se quedó parado ahí. Leonardo pasó rápidamente junto a él y se encerró en la habitación. La mirada de Fernando se apagaba lentamente, como si le hubieran quitado la luz de su vida. Una mirada inerte era el remanente de lo que quedaba de él. Golpeó la pared una y otra vez. Golpeó hasta que sus nudillos comenzaron a sangrar, sin embargo, no sentía dolor.

Invadido en su desesperación, salió a la calle. Frente a él los autos pasaban rápidamente atrapando en medio un antiguo acueducto que contrastaba con los altos y modernos edificios que se divisaban no muy lejos. Caminó y caminó sin sentido. Algunas personas lo volteaban a ver con curiosidad y morbo al ver sus manos llenas de sangre, heridas, pero él no le daba importancia.

Camino y camino hasta llegar al bosque de Chapultepec. La gente ahí parecía disfrutar del tiempo y de ellos mismos. Algunos descansando, platicando, relajándose de todo el stress de la ciudad.

Mientras tanto él, solo se quedaba observando. Solo se quedaba esperando que el grito ahogado en su garganta por fin pudiera salir y dejar de sentir esa agonía que se le llevaba la vida.

Deseaba poder descargarse de todo de una buena vez. Por la falta de su madre que lo había dejado solo con su padre. Por su padre alcohólico que cada noche lo golpeaba como si él fuera culpable de toda la desgracia de ese mundo. Por la gente que trato de humillarlo siempre. Por él mismo, que se encerró en un mundo de profesionalismo para restregarle en la cara a todo mundo que había podido ser exitoso sin necesidad de nadie. Y sobre todo por Leonardo, aquel suizo idiota que nunca pudo comprender que tan frágil era su mundo.

Finalmente lloró. Lloró por horas, hasta que la noche se hizo dueña de la ciudad.

Secó sus lágrimas. Había tomado una decisión. Perdonaría a Leonardo. Le explicaría todo y finalmente serían felices. Finalmente el podría confesarle su historia y dejaría ver a aquel ser frágil que realmente era.

Llegó a la casa. Las luces estaban prendidas. Entró con la mirada baja, pero no encontró a Leonardo,… ni sus cosas. Solamente una carta con la cual se despedía.

Fernando rió amargamente, rió mientras lloraba nuevamente. No tenía nada más que hacer, más que caer en la locura que la amargura te trae.

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