miércoles, 10 de diciembre de 2008

La ciudad donde no había nadie (I)

.I.

Alberto entró con los nervios en piel. El lugar estaba oscuro, como un laberinto de perversión donde los sonidos extraños y las siluetas humanas buscando una puerta abierta eran lo unico que existía.
Se aclaró la garganta con nerviosismo y camino entre los cuerpos agitados que quería evitar. Finalmente encontró la puerta con el numero adecuado,...
...13...
Entró.

En la pantalla, imagenes lascivas eran proyectadas. Imagenes que no podía mirar debido a la turbiedad del ambiente. Se sentía agitado, nervioso. Se sentía cobarde en ese mundo de locos donde no sabía que podía suceder.

Se sintio exitado.

El morbo jamás había sido parte de su naturaleza. Sin embargo, ese día maldijo su monotonía y decidido a intentar algo nuevo entro a aquel lugar. Y ahora, dentro de ese pequeño cuarto solamente se limitaba a sentirse nervioso y a frenar sus ganas de salir corriendo de ahí.

Sus piernas le temblaban aún estando sentado. Brincó de un susto cuando vió unos dedos asomandose por un hoyo. Se asustó, aunque sabía lo que esa señal significaba. Dudo un instante en aceptar la propuesta que aquellos dedos le hacían. Eran unos dedos finos, o al menos así le parecieron en la penumbra.

Se acercó y se dispuso a dejarse llevar por el momento. Jamás había sentido tanta intensidad como aquel día. Fue como ir en una montaña rusa de inconsciencia que no se detenía por nada en el mundo. Cada vez mas alto, cada vez mas rapido... cada vez más un vacio en el cuál caer.

Finalmente esa montaña rusa se detuvo. La calma llegó. Sin embargo, un sentimiento de soledad lo estremeció por un momento, encerrado en aquella habitación. Al final, estaba solo. no hubo abrazos ni besos, no hubo un te quiero o un te amo que lo hiciera sentir mejor.

Decidió esperar un instante antes de salir. Una experiencia nueva pero que no quería repetir. Quería salir corriendo y gritar hasta que alguien lo escuchara. Quería gritar hasta que alguien lo tomara en brazos y pudiera sacar todas las lagrimas que necesitaban salir de sus ojos. Hasta que pudiera regresar a ser de nuevo él mismo.

Abrió la puerta y antes de dar un paso notó que la puerta de al lado tambien se abría. Miró al muchacho que se hallaba ahora frente a él. Sus ojos eran grandes y brillaban con la poca luz que se traspasaba entre las persianas de cuero. Vestía un traje oscuro, que se ajustaba a la medida de su cuerpo. Una camisa clara que hacía juego tambien con una corbata un poco desarreglada que lo hacía lucir un poco interesante.

Alberto no supo que hacer. Se quedaron mirando un instante mientras los demás seguían moviendose en el laberinto. Se quedó observándolo a detalle como queriendo guardar en su memoria todo rasgo de aquel personaje del que no conocia nada más que sus manos suaves y su boca cálida.

Salió corriendo del lugar como un bólido. No podía soportar más. Sentía su rostro hervir de sensaciones, sentía su corazón latir a mil por hora, sintió que sus piernas dejaban de responderle mientras su velocidad disminuía entre la multitud que se expandía por las calles de Insurgentes. Hombres y mujeres en parejas multifuncionales y disfuncionales que se encontraban ahí pero al mismo tiempo no existían.

El bullicio de la ciudad saturaba sus pensamientos. Las voces, el ruido de los autos y la musica que salía de los bares y restaurantes causaban mayor agitación a los latidos de su corazón. ¿Dónde estaba esa persona que pudiera abrazarlo y con quien pudiera romper el hielo que habitaba en su corazón?

Una mano toco su hombro. Lo asió firmemente pero sin tratar de dañarlo. Alberto volteó bruscamente, asustado, y lo que encontró fue a aquel joven que solo se limitaba a mirarlo. Solo encontró aquellos ojos que recordaba aún en la penumbra de aquel clandestino lugar. No podía quitar sus ojos de él. No podía siquiera parpadear.

"¿Quieres ir a tomar algo?" preguntó el chico, sonriendole. Su cabello caía a ambos lados de la cara, contorneándolo armonicamente. Su rostro estaba libre de barba, dejando solitarios a aquellos labios delgados y suaves. Realmente se veía bien en traje. Tenía hombros amplios y su cuerpo estaba estéticamente proporcionado a pesar de que sólo era un más alto que el promedio.

Alberto seguía mirándolo. El chico volvió a preguntar... "¿Entonces, vienes conmigo a tomar algo?". Finalmente el asintió. El chico comenzó a caminar y Alberto comenzó a caminar al lado suyo, con las manos metidas en sus bolsillos. El chico caminaba viendo hacia el frente, dando una apariencia de absoluta seguridad.

"Fernando", dijo de pronto.
"¿Que dijiste?", preguntó pasmado Alberto, mirándolo y dándose cuenta que el chico no había volteado siquiera a mirarlo mientras hablaba.
"Mi nombre es Fernando; no lo has preguntado así que decidí decirlo."
Alberto sonrió dejando salir una breve y discreta risotada. Fernando solo sonrió levemente sin dejar de caminar y manteniendo la vista al frente.
"Yo soy Alberto", dijo extendiéndole la mano. Fernando tomó su mano un instante y sin que Alberto lo esperara lo jaló hacia él y lo besó sin dudar.

Fue un beso que sorprendió a Alberto, sin embargo, la eternidad se interpuso entre el contacto de sus labios. El tiempo avanzaba lentamente mientras el beso duraba. Podía sentir la textura de sus labios, su sabor, su calor. Podía sentir su cuerpo latiendo como el de él mismo. Podía sentir que algo los unía a partir de entonces.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos sin detenerse. Fernando abrazó a Alberto sin dudarlo, acariciando su cabeza con ternura. "Todo estará bien", le dijo, "Todo va a estar bien".

Y la ciudad seguía latiendo, la gente seguía avanzando alrededor de ellos, sin notarlos, sin sentirlos. Eso ya no importaba más.

1 comentario:

Dave Álvarez dijo...

OK tu primer escrito con tintes undergruond! me encanta porque lo needy hasta a las cabinas lo llevas.
Te quiero y siiiiii estaba guapisimo ese wey con sonrisa paulinesca!!!